Miguel Delibes es sin duda alguna
el cantor de lo castellano. Cuando publica en 1950 El camino, Cantabria era una de las provincias de la región
histórica de Castilla la Vieja. Y así lo estudiábamos en el colegio en ese
tiempo extenso llamado posguerra en que vivíamos de forma muy parecida a como
lo hace Daniel el Mochuelo, el protagonista de la novela, incluso aunque
viviéramos en una ciudad.
Delibes ambienta su obra en un pueblo de
Santander y describe maravillosamente los lugares en que él mismo vivió de niño,
en el valle de Iguña, donde pasaba los veranos con su familia.
Fue la tercera novela que publicó, le
consagró como escritor en España y le dotó de su propio estilo narrativo.
Es una novela muy emotiva en la que un
muchacho de once años recuerda, durante la insomne noche anterior a su marcha a
la ciudad para estudiar el bachillerato y progresar como su padre quiere, sus
vivencias en el pueblo, el contacto con la Naturaleza, la camaradería y las
aventuras, el nacimiento del amor, el descubrimiento de la sexualidad o la
cercanía de la muerte.
Daniel el Mochuelo en esa noche establece
un límite entre su vida anterior, ya convertida en recuerdo, y el futuro, al
que él renunciaría de buen grado, pero no puede, porque en realidad la pérdida
que experimenta no es solamente el abandono del pueblo y el paisaje, de su
familia y amigos, sino que acaba de perder la inocencia. La infancia queda
atrás y ante él se abre un camino, el camino que da título a la novela y que
hace referencia a las homilías de Don José, el cura, al camino que Dios señala
a cada uno y cuyo seguimiento proporciona la felicidad, pero también a la
aventura de vivir que comienza para él en la ciudad.
Delibes tiene la maestría de contar todo
esto con sencillez, ironía, crítica y afectividad devolviéndonos con la
relectura de esta novela a nuestra propia infancia, al tiempo en que jugábamos
en la calle, en contacto con lo natural y siguiendo la cadencia de las
estaciones, ese tiempo en que Cantabria era parte de Castilla, ese tiempo en
que algunos leían por vez primera esta
maravillosa novela, el tiempo en cada uno de nosotros enterró la inocencia,
dejó atrás el camino de la infancia y comenzó también el camino, la aventura de
la vida.
Carmen Truchado Pascual