Alice Munro, la escritora
canadiense premiada en 2013 con el Nobel de Literatura nos ha proporcionado una
lectura para comenzar este nuevo curso: Mi
vida querida, publicada en 2012, un
conjunto de relatos entre los que figuran los cuatro últimos, de carácter
autobiográfico, y otros diez ambientados en el pasado, algunos de ellos en las épocas
inmediatamente posteriores a la Segunda
Guerra Mundial o a la Guerra de Vietnam, mostrando unos seres visiblemente
fracturados.
Con una gran capacidad de síntesis, Munro rehúye lo anecdótico y es
capaz de contar argumentos novelísticos en el espacio y tiempo de cada cuento.
Aunque la autora intenta desmarcarse de las historias que narra y a
pesar del aparente distanciamiento con que trata hechos y personajes, pensamos
que muchos de los relatos evocan detalles de su existencia como hija, madre y
esposa. Describe hombres prisioneros de su rigidez emocional y mujeres
infelices en su matrimonio, encerradas en una vida perfecta pero insatisfactoria
que los hombres y la tradición han diseñado para ellas. Pero algunas, como ella
misma, un buen día, deciden coger las riendas de su vida y darle un giro. Aunque
parezca una huida o una locura inexplicable.
Todas las historias muestran las siempre difíciles relaciones
interpersonales, especialmente las de pareja. Son relatos muy duros, nada
sentimentales, contados con un lenguaje sobrio, cortante a veces. Los protagonistas, igual que en toda la obra
de Munro, son gente corriente que se debate entre sus ilusiones y la realidad
que las desarma, entre el dolor y las ganas de sobrevivir. Son personajes frágiles,
atrapados por su imposibilidad de romper con el destino y descritos con una
gran profundización psicológica.
La grandeza de esas historias radica en que todo lector puede hacer suyo
algo de lo que Munro nos cuenta, nos descubre o nos omite de su época, de su
vida o de la vida de otros. Con gran humanidad.
Y la naturaleza humana se reafirma al aceptar que el amor nos hunde y
nos salva al mismo tiempo, al asumir que sufriremos y haremos sufrir
inevitablemente. Y a pesar del sentimiento de culpa, perdonarnos por ello. Y
así, seguir viviendo.
Carmen Truchado