PÍO BAROJA: EL ÁRBOL
DE LA CIENCIA
A la mayoría de los participantes en la tertulia nos ha
gustado mucho leer o releer El árbol de
la ciencia del noventayochista
Pío Baroja. La apuesta por los clásicos
es siempre una apuesta segura.
Y lo que hace que un libro sea un clásico es su
intemporalidad, que no se consigue sin una gran calidad tanto en el plano
formal como en el de las ideas que expresa.
A pesar de haber transcurrido más de cien años de la
publicación del libro, se tiene a veces
la sensación de que está escrito ahora mismo, porque plantea debates y críticas
de actualidad.
Baroja fue, además de un gran lector, un gran viajero, y destaca por su capacidad para describir pueblos y paisajes y sobre todo personajes, con una especie de arte de pintor magistral. Es un gran captador de ambientes, evocados sin duda de su experiencia vital. Siente predilección por reflejar el mundo de las gentes humildes y al mismo tiempo por los tipos raros, absurdos. Es un escritor tremendamente crítico y escéptico con la sociedad, la política y las costumbres.
Hombre de gran
inteligencia, indeciso respecto a su vocación, mal estudiante por culpa de su
carácter y desinterés, Baroja, al igual que el protagonista de la novela, su
alter ego, se doctoró en medicina y ejerció la profesión de médico. Pero ambos no
tardaron en advertir que no era lo suyo, riñendo con el médico viejo, con el
párroco, con el alcalde y hasta con los pacientes, abandonando el trabajo e
inclinándose hacia el mundo de los libros. Autor y protagonista nunca se vieron
a la altura de sí mismos.
La ciencia no servirá nunca para dar sentido a la vida del
hombre.
El
final trágico de la novela representa el triunfo de Schopenhauer, del veneno nihilista que marca la
personalidad de Andrés y también de España, el tema de fondo en los autores de
la generación del 98. Desde
un punto de vista individual, Andrés Hurtado, idealista hasta la médula, ve en
la muerte algo de consuelo: el mundo no continuará tras su muerte.
Carmen
Truchado Pascual