La buena literatura es como los
buenos vinos, mantienen sus propiedades a pesar del paso del tiempo, envejecen
bien.
Una novela como La mujer justa de Sandor Márai, reflejo
fiel de la época en que está escrita -entre las dos guerras mundiales- podría
haber sido escrita en nuestros días con las mismas palabras y hasta pensamos
que con muy parecidas ideas.
Bajo un argumento sencillo,
lineal, melodramático, se esconde la pintura pesimista de una época decadente
que sin embargo a nosotros nos resulta cosmopolita, elegante y romántica. La
alta sociedad burguesa centroeuropea,
privilegiada, hipócrita y clasista se muere porque ve cómo se acaban sus
privilegios, pero para Márai ni el comunismo ni el socialismo son capaces de
dar la alternativa a un modo de vida perdido para siempre.
Los tres narradores sucesivos de
unos mismos hechos, nos muestran, a través de tres monólogos con poca acción, la subjetividad del relato, la falsedad de las
palabras, haciéndonos dudar de la realidad. Los tres personajes nos muestran un
dramático catálogo de emociones humanas donde destacan la pasión, el desafecto,
la traición y la soledad pero, en el fondo de todo, lo que se pone de relieve
es la imposibilidad de alcanzar la felicidad. Los intentos de los personajes por
lograrla son patéticos y se revelan inútiles, viéndose abocados sin remedio a
la soledad. Por el camino intentan engañarse a sí mismos, disfrazando de amor
lo que no son sino relaciones egoístas.
La mujer justa es una novela en la que se aprecia la
grandeza de la escritura de Márais, su aliento poético, el estudio psicológico
de los personajes y el pesimismo que impregna todo el relato. Una novela cuya
lectura nos ha enganchado y ha suscitado un rico diálogo.
Carmen Truchado
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