EL
PRINCIPITO de ANTOINE DE
SAINT-EXUPÉRY
Con la misma obstinación con que
deseamos descubrir el truco del mago aun a riesgo de quebrar la belleza de la
magia, nos empeñamos en conocer la vida de los escritores o de los poetas
intentando descifrar las claves o las venas de su obra.
Con Antoine de Saint-Exupéry es
fácil este empeño pues en él son inseparables la pasión por la aviación y la
literatura. Sus experiencias como piloto fueron frecuentemente su fuente de
inspiración. Cada escala del aviador se correspondía con una etapa de su
producción. Como piloto comercial, de pruebas y militar participó en
incontables misiones y viajes peligrosos y sufrió numerosos accidentes. De sus
convalecencias surgieron sus libros más famosos, como
El Principito. Fue también reportero en muchas partes del mundo. Saint-Ex,
como le llamaban sus amigos, tuvo una vida corta pero apasionada y apasionante.
Fue un romántico, soñador y aventurero
que quiso alcanzar las estrellas y lo intentó con el avión y con la
pluma. Toda su biografía es la fuente de la que mana su escritura.
De familia aristocrática, tuvo
una infancia feliz a pesar de perder a su padre a los cuatro años. Estuvo muy
unido siempre a su madre, que le marcó profundamente por su cultura y
sensibilidad. Cursó estudios de Arquitectura -aunque no los terminó- porque no
había conseguido entrar en la Escuela Naval, su verdadera vocación. Se hizo
piloto cuando estaba cumpliendo el servicio militar en 1921.
Se casó con la escritora y artista
salvadoreña Consuelo Suncín, dos veces viuda, aristócrata por nacimiento y rica
por su segundo matrimonio, siendo la suya una unión tormentosa que estuvo llena
de
separaciones y reencuentros a
causa
de su profesión de piloto, su
gusto por la vida bohemia, su éxito como escritor y sus incontables amantes.
Aun así vivieron momentos muy felices y ella es sin duda alguna su musa.
Fue movilizado por el Ejército
del Aire en 1939 para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Tras la firma del
armisticio, incapaz de vivir bajo la dominación alemana, se marchó a Nueva York
convirtiéndose en una voz influyente de la Resistencia.
En 1944 se reincorporó al
ejército aliado en una unidad de reconocimiento y su avión desapareció en una
de esas misiones. Al morir el hombre nació el mito. El misterio y las
especulaciones acerca de su localización duraron décadas. Sólo cien años
después de su nacimiento, se recobraron los restos de su aeronave y su
identificación personal.
Más de la mitad de sus obras
vieron la luz póstumamente. El Principito,
sin embargo, se publicó en vida del autor, que se sentía orgulloso de él.
Acostumbraba llevar un ejemplar consigo y se lo leía a sus camaradas.
El Principito, la obra más famosa del escritor francés, es una
novela corta, un cuento poético ilustrado con acuarelas del propio autor. Es
uno de los libros más traducidos y más vendidos en todo el mundo. Aunque
considerado como libro infantil por el modo en que está escrito y porque fue
planteado expresamente como una obra infantil por encargo, en verdad trata temas
tan profundos como el sentido de la vida, la soledad, la amistad, el amor y la
muerte.
Escrito mientras estaba en Nueva
York, en medio de una gran crisis personal y de salud, abatido por la soledad
del exilio y la guerra de su país, cuenta el encuentro entre un niño –el
principito- que viene de otro planeta y un piloto –el narrador- cuyo avión ha
sufrido una avería en el desierto del Sáhara, lejos de cualquier lugar
habitado.
En la conversación que mantienen
ambos durante los días en que el piloto intenta arreglar el aparato se pone de
manifiesto una crítica hacia la sociedad industrial, tan materialista que es
incapaz de salvaguardar los valores de la infancia: frescura, sencillez, inocencia,
ingenuidad, imaginación, ilusión,
curiosidad insaciable… y los sustituye por
intereses prosaicos y mercantilistas.
Es fantástica la adecuación del
lenguaje al tono ingenuo y lírico que pretende transmitir, observable luego en
algunas traducciones más que en otras. El libro está lleno de poéticos símbolos
o metáforas nacidos, como anticipábamos antes, de la experiencia vital de
Saint-Ex:
El principito emprende un arriesgado
viaje a no sabe dónde, abandonando su
pequeño planeta, que representa su vida con
sus rutinas diarias, sus preocupaciones y su
amor, que le ha decepcionado, en busca de amigos como único modo de crecer, de
enriquecer su espíritu. En su camino se va encontrando con otros planetas que
suponen distintos tipos de personas, cada una encerrada en su propia
individualidad y que constituyen todo un catálogo de defectos humanos:
soberbia, vanidad, avaricia, insensatez, ansia de placer… y ninguna de esas
personas tiene la creatividad necesaria para fundar una verdadera relación de
encuentro, de intimidad.
Cuando llega a
la Tierra, que se corresponde con el mundo real, hasta el paisaje inhóspito del
desierto es un símbolo de la soledad que acecha al ser humano. Incluso se
siente burlado y desilusionado al escuchar su propia voz repetida por el eco.
El cordero simboliza el mundo del
espíritu. La caja representa la imaginación necesaria para ver al cordero en su
interior, para ver más allá de lo superficial. Los baobabs son los problemas,
que hay que solucionar antes de que se agranden y compliquen. Hay críticos que
los identifican con el nazismo que intentaba invadir el mundo. La Rosa es el
amor del principito; bella, adorable, frágil y al tiempo, contradictoria,
orgullosa, vanidosa, egoísta y manipuladora. Es capaz de trastocar el orden en
la vida del principito y hacerle huir. Es la metáfora de la mujer que ama
Saint-Exupéry, de Consuelo, su esposa. El gran campo de rosas que el principito
encuentra en la Tierra alude a las amantes que tuvo el autor, a su falta de
fidelidad.
Los volcanes son las obligaciones
diarias, con las que debemos ser disciplinados pues son el sustento de la vida.
La inspiración de los volcanes puede estar en El Salvador, la tierra de
Consuelo, conocida como “La tierra de los volcanes”. El fanal o globo con que
protege a la rosa, simboliza el cuidado, los mimos para que su amada se sienta
querida. La serpiente amarilla, la que resuelve todos los enigmas, encarna a la muerte, la destrucción de la
inocencia. El pozo significa la
esperanza, la disposición para el encuentro en medio de la aridez y soledad del
desierto, de la sequedad y el vacío interiores.
Y por último, el zorro, representante
de la sabiduría, personaje cardinal en la obra porque es quien le revela el
secreto del valor de los seres, de la amistad y del verdadero conocimiento; le enseña
lo que significa la amistad, ese proceso maravilloso que denomina domesticación
y que representa salir de uno mismo y comprometerse con otro ser,
responsabilizarse de él. Podría ser que se inspirase en un feneco, una especie
de cánido del desierto, aunque la interioridad del personaje parece ser de una
íntima amiga de Nueva York. Él es quien pronuncia las frases más significativas
y memorables del libro, quien nos enseña
lo que constituye y sintetiza
el mensaje final de la historia: “Lo esencial
es invisible a los ojos” y nos invita a la sencillez, la pureza, la verdad,
olvidando nuestros errores y egoísmos. Esa enseñanza le permitirá al principito
ir madurando y establecer una verdadera relación con el aviador preparándole además
para el momento de la ausencia.
Hay otros elementos y personajes
inspirados posiblemente en su pasado y otros que no llegaremos a saber nunca. La
imagen del principito podría estar basada en el mismo autor a quien llamaban de
niño el rey sol. Las últimas palabras del principito están influidas por las
que dijo el hermano del escritor cuando murió con quince años. Pero mejor no
conocerlo todo y dejar que el entretejido de los símbolos siga produciendo en
nosotros una sensación de todo indescifrable, inabarcable, como la profundidad
del desierto o la inmensidad del cielo.
Una de las principales biógrafas
de
Saint-Exupéry escribió que “raramente un autor y
un personaje han estado tan íntimamente unidos como lo están Antoine de
Saint-Exupéry y su principito”. Como las dos caras de una misma personalidad. En
realidad es una relación paradójica pues nos habla de un viaje exterior
-el del principito para salir de sí mismo y conocer el mundo- y de un viaje
interior, el que el adulto realiza hacia su infancia, perdida en el fondo del
alma. Para conocernos a nosotros mismos no hay sino que mirar a los demás y
para conocer a los demás no hay sino mirarnos a nosotros mismos.
Pero iría aún más lejos; diría que
el encuentro entre el piloto y el principito es un reencuentro del hombre con
el niño que fue. Precisamente en el momento que más necesitado está, en un
momento donde están en juego la vida y la muerte; en esa encrucijada en que el
ser se cuestiona su modo de vida, aparece el niño que hay en su interior para
salvarle de su soledad, de su desesperanza, para hacerle comprender la
verdadera dimensión de la amistad y el compromiso, para ayudarle a recuperar el
sentido de la vida, lo verdaderamente importante, aquello que es invisible a
los ojos porque solo puede ser percibido con el corazón y que los adultos no
comprenderán jamás.
Cuento poético, libro infantil,
fábula filosófica o alegoría de la vida de Saint-Exupéry, lo cierto es que
desde principio a fin, sus palabras destilan magia, fantasía y esperanza. Es un
canto a la amistad, a la entrega, porque la soledad es la peor circunstancia
que puede envolver al ser humano.
Carmen Truchado