LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO
Parece que nuestras
últimas lecturas vuelven a ser un paseo por la soledad. Lo paradójico de este
hecho estriba en que, en el fondo, en todo libro hallamos un intento de huida de la soledad
misma, tanto por parte del autor como del lector. Nos movemos de la soledad del
aristócrata francés Saint-Exupéry en El
Principito, a la del autodidacta y prolífico autor inglés de clase obrera
Alan Sillitoe en La soledad del corredor
de fondo.
La soledad del corredor de fondo es un libro de relatos que toma el
título del primero de ellos, justamente el que hemos leído y comentado. Fue
escrito durante su estancia de cinco años en España, en Alicante concretamente.
Es el segundo libro que escribió. Está ambientado en su ciudad natal, el Nothingham
obrero de los años cincuenta. Es
posiblemente su mejor libro, a él le debe su gran fama y en su momento ya le
confirmó como uno de los más importantes escritores de su generación.
Tanto en el relato como en el
resto del libro los personajes son marginales y se rebelan contra la situación
social en que les ha tocado vivir. El espíritu de todos ellos es un poco el
espíritu del autor pues, a pesar de que no es un libro autobiográfico, refleja
vivencias de su infancia, su familia o su entorno social y bastante de su
visión del mundo. Aunque Sillitoe negara su adscripción, como algunos críticos
pretendían, al grupo de los Angry Young Men, lo que no podía negar es que sus
personajes eran auténticos jóvenes airados.
Narrado
en primera persona, con un estilo sobrio, natural, sin concesiones literarias,
cuenta la historia de un muchacho de diecisiete años llamado Colin Smith, de
baja clase y familia desestructurada, al que meten en un reformatorio por un
atraco a una panadería. Allí podría ser rehabilitado para la sociedad a través
del deporte pues descubren que tiene excelentes facultades para correr. De paso
conseguiría para el reformatorio el premio que el director tanto anhela, lo que
le convierte en el favorito de los jefes.
Pero
Colin tiene una rabia indomable, un profundo sentimiento de ser objeto de injusticia por lo que le ha tocado en suerte y
una negativa total a dejarse domesticar, eso que en El Principito veíamos como crear vínculos. Es listo, (con una
inteligencia natural ya que no una educación formal) soberbio y desconfiado, está
enfadado contra todo y contra todos y desprecia a todos los que le rodean. Está
en guerra perpetua contra el mundo, algo que descubre cuando le envían al
reformatorio, y como él dice, le enseñan la navaja.
El
gran acierto de Sillitoe fue no ofrecer una solución; ni ganar ni rendirse es
posible, así que al protagonista sólo le queda hacer lo que hacen los perros
acorralados: enseñar los dientes y morder la mano que le alimenta.
Colin,
anarquista individualista, que no se siente parte de nada, ni de su propia
clase, decide que lo único que puede hacer es ser fiel a sí mismo. Él se siente
y se afirma como honrado y sincero frente a la hipocresía de la sociedad
“recta”. Y para conservar su dignidad decide perder la carrera porque eso
significa ganar la batalla contra el sistema, aunque nadie lo entienda. Terco,
rebelde hasta el final, prefiere perder antes que integrarse, antes que
colaborar con el director y lograr la copa para su reformatorio.
Colin
conoce la sensación de soledad que invade al corredor de fondo cuando surca los
campos y se da cuenta de que para él esa sensación es lo único honrado y
genuino en el mundo. Colin es la exageración irreverente del propio Sillitoe, quien
tenía claro que su decisión de abandonar la fábrica de bicicletas, donde empezó
a trabajar a los catorce años y donde había trabajado su padre, para llegar a ser
escritor, le separaría para siempre de los de su clase, aunque fuera para escribir
sobre ellos como si perteneciera más a la clase obrera que ellos mismos.
El
camino del escritor, especialmente del escritor de clase obrera, es la soledad. Sillitoe lo sabía y lo aceptó.
En
resumen, vemos en La soledad del corredor
de fondo el grito desesperado de unos adolescentes de clase obrera insatisfechos,
enfadados y rebeldes que representan una ruptura generacional. Sillitoe hizo lo
que nadie antes: supo traducir esos sentimientos, sin sentimentalismos, supo
describir personas deshumanizadas por la pobreza, la ignorancia y la injusticia
que no creían en la posibilidad de salvarse, sino de mandarlo todo al infierno
y simplemente seguir viviendo. Lo triste es que hoy, más de cincuenta años
después, muchos jóvenes siguen siendo víctimas de la sociedad industrial y se
siguen sintiendo frustrados, alienados y airados. Pero lo más triste es que
para empatizar con Colin Smith o con todos ellos, tal vez haya que estar de su
mismo lado.
Carmen T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario