HEMINGWAY: EL VIEJO Y EL MAR
Ciento cuatro años es la edad a la que murió en 2002 el
lanzaroteño Gregorio Fuentes, conocido como el hombre de los tres siglos; el
pescador que inspiró a Ernest Hemingway El
viejo y el mar. A su espalda, toda una vida de excesos y aventuras: bebedor
y fumador empedernido, juerguista, mujeriego, viajero impenitente, pescador,
cazador, periodista, espía, escritor… Y Premio Nobel de Literatura.
Nacidos con un año de diferencia, los dos hombres se
conocieron en una difícil situación en la que el joven pescador rescató el
barco en que Hemingway se enfrentaba con grave peligro a una tormenta tropical.
Desde entonces los unió una amistad imperecedera; Hemingway le nombró capitán
de su nuevo barco, el Pilar, que actualmente se puede visitar en el museo de
Finca Vigía, donde el escritor vivió en aquellos años.
Pero el viejo nunca pudo leer la novela de la que era
protagonista porque nunca supo leer, aunque sí fue decisivo a la hora de
escoger el título.
Poco nos dice el novelista sobre Santiago, nombre del
pescador en la ficción: “Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían
el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.
En esta novela, escrita en 1951 y publicada en 1952,
Hemingway habla de la durísima vida de un viejo pescador cuya vida ha sido
siempre el mar; un pescador de raza, de los que hacen de su vida un ejemplo de
heroicidad, al modo de los héroes épicos.
Aunque el autor siempre negó que hubiera por su parte
intención de usar símbolos, lo cierto es que las grandes obras trascienden la
pura anécdota y nos dejan entrever mucho más. En este caso nos habla de la
soledad, especialmente en la vejez; la amistad y la lealtad, representadas por
el muchacho; la nobleza de la lucha por la supervivencia, tratando a sus enemigos
como iguales; la lucha contra la adversidad, la lucha interior contra uno mismo
y sus debilidades, la aceptación del fracaso y de la muerte…
El viejo pescador
se enfrenta a la mala suerte que lo acosa, a la soledad, a los tiburones que le
quieren arrebatar su presa, al sueño, al calor y al frío, al cansancio, al
dolor, para conseguir llevar a puerto una presa que es su meta, su modo de
subsistencia y la justificación de su lucha y de su sufrimiento. Pero lo hace
con amor; él ama todo lo que le rodea, ama el cielo y el mar, las aves, los
peces, ama al pez que ha capturado y sufre cuando los tiburones lo destrozan. Y
es ese amor el que hace que su lucha y su fracaso no sean estériles.
La lucha del viejo pescador es la lucha de todos los
seres humanos, especialmente los menos favorecidos. Y es tan grande, tan
abrumadora muchas veces, que acrecienta la valía de la persona. Dicho esto con
una frase, creo que de D. Gregorio
Marañón: “Amar y sufrir es, a la larga, la única forma de vivir con plenitud y
dignidad”.
Carmen Truchado
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