miércoles, 24 de abril de 2019

OTELO

Shakespeare está vivo. Vivo como poeta y vivo como dramaturgo -aunque haya incluso quienes sugieran que no fue él el verdadero autor de sus obras y se especule con los nombres  de Sir Francis Bacon o Marlowe-.  
Como su coetáneo y rival Ben Jonson dijo: Shakespeare no es de una época sino de todas las épocas. Y sigue siendo fuente de inspiración para el teatro actual.

William Shakespeare es –controversias aparte- el dramaturgo por excelencia, la figura más importante del teatro universal. Él inmortalizó a sus personajes y sus personajes le inmortalizaron a él.

Cuando al escribir Otelo –la obra que acabamos de leer- dio muerte a Desdémona, a Otelo, a Emilia, cuando hizo de su historia no una comedia al uso, dado el tema que trataba, sino una tragedia donde mostraba, como en el resto de sus obras, lo más intrínseco y significativo de la condición humana, él estaba convirtiendo a sus personajes en símbolos universales y a sí mismo en inmortal.


Otelo llega a nosotros con toda la fuerza con que estrenó en el Londres del siglo XVII y causa en el espectador el mismo efecto que entonces. Sus temas y sus personajes son actuales por cuanto reflejan los defectos y virtudes del ser humano, siempre y en todas partes. Y los espectadores –en nuestro caso, lectores- pueden identificarse con ellos, sufrir como ellos, amar, odiar, dudar, equivocarse… matar o morir.
Hemos sufrido con las insidias del malvado Yago, con el entramado de su traición y su afán de venganza, con la debilidad del que parece fuerte -del moro Otelo-, con su resistencia y rendición a la calumnia, con su voluntad de saber la verdad -si su mujer le está traicionando-, con la decisión de matarla para restañar su honra, con la impotencia y la rabia de Emilia, con la bondad y lealtad de Desdémona…

En esta obra hemos visto personajes y situaciones de gran actualidad desgraciadamente y hemos observado unos puntos de vista que nos parecen modernos para la época en que se escribió; por ejemplo, el personaje de Emilia hace una defensa a ultranza de los derechos de las mujeres y maldice del carácter de los hombres, que subyugan a la mujer y la utilizan para su propio deseo y beneficio. 
El asesino de la pura y  bondadosa Desdémona es tratado como un personaje complejo, que duda y se atormenta, que se resiste ante la idea de la traición de su esposa exigiendo pruebas al auténtico traidor y se reconoce indigno de Desdémona, a la que ve como alguien superior a él. 
Al final, Otelo pone en la balanza el amor y los celos, considerándolos como contrarios: “Con pruebas no hay más que una solución: ¡Adiós al amor o a los celos!” y justifica la muerte de Desdémona como un sacrificio.

Es una pena que, como ocurre cuando se lee una traducción, no podamos disfrutar ni apreciar el auténtico lenguaje de la obra. Shakespeare renovó la escena gracias a su inimitable e insuperable uso del idioma inglés, inventando más de dos mil palabras y expresiones, dignificándolo, pues era entonces un idioma tabernario y abrupto, y convirtiéndolo en algo elevado y de gran potencia expresiva.
Shakespeare es lo que es gracias al inglés. Y el inglés es lo que es gracias a Shakespeare.
C.T.

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